Para Gustavo... que siempre que me lo encuentro
en la esquina me pide para su maestría...
ash! si uno con trabajos tuvo pa la secundaria.
Limosnero italiano de principios del siglo XX.
Mal recuerdo que Cesare Pavese decía... -digo mal recuerdo porque quizá no fue él, quizá me lo contó alguien, y no recuerdo la cita exacta (dudar siempre de mis datos, mi memoria es un basurero a cielo abierto)- ...en fin que decía, que uno da limosna al mendicante para quitárselo de enfrente; es decir, para quitar de enfrente la hórrida visión de un ser en peores condiciones que uno; en breve: pa que dejé de joder y de afearnos el panorama, y bueno, en el DF, a veces uno se ve forzado a dar caridades con tal de que le hagan la caridad de no martirizar gratuitamente los ya de por sí atolondrados sentidos.
De mi lado, yo nunca doy limosnas, porque de hacerlo tendría que ser algo grande, como poder adoptar a alguien y darle sustento, claro a cambio de que trabaje, nada es gratis en esta vida; o al menos darle una zarandeada descomunal para animarlo a dejar la mendicidad y a renovar su autoestima (ach! me quedó como de Og Mandino, sorry); pero en esta selva urbana uno llega a encontrar determinados entes que algunas veces tienen alguna simpatía.
Hace como una semana, un día en que decidí llegar tarde al trabajo y aún me encontraba en el transporte público de mi pueblo como a eso de las 9 am, se detuvo el camión, ya saben, a subir pasajeros en una esquina en la que para variar está prohibido, y de pronto se escuchó una voz recia y cantadita: "Chofeeer, qué tranza, déjame subirme a echar una rolas, mano". El chofer hizo gesto negativo, a lo que el cantor clamó de nuevo: "Ándale, mano, traigo una rolas nuevas, totalmente diferente a lo que has escuchado carnal, deveritas". Movido el cafre por la curiosidad, se decidió a decir que sí, y entonces se subió al autobús un chavo como de unos 17 años, vestido a la hiphopera barrio, inc.: pantalón de cholo, con unas pintas grafiteras en la pierna, sudadera guanguísima, lente oscuro (...en lugar oscuro, naco seguro), paliacate anudado en la frente y mochila aguanta mugre, y sí, alguito de mugre en todas sus partes:
"Pus aquí saludándolos y esperando no estropearles el viaje, los saluda acá este miembro de la Tribu Urbana Salvajeee, acá pa interpretarles unas rolas de hip hop. El hip hop no es eso que ustedes piensaaann, no es esa musiquita que ponen en los anuncios con changuitos bonitos con pantalones chidos y perfumitos; el hip hop es algo que sale de acá del alma, es un canto para expresar todo lo que uno trae en su corazón, y pus bueno, acá, les voy a interpretar unas rimas de mi propia inspiración."
Y lo demás ya es evidente, con el único instrumento de su voz, aquel chavalo comenzó a desgañitarse con el ritmo entrecortado del hip hop, sus rimas eran ingenuas y obvias, pero me hicieron gracia su fuerza y la candidez del barrio, la furia contra los que tienen, la forma en que en una estrofa decía como hay suertudos que pueden estudiar mientras hay otros que se tienen que ganar el pan cantando en los camiones, y luego la segunda canción era un canto revolucionario, de esas revoluciones manidas y fuera de época, pero acaso válidas por lo mismo -alguna vez se han preguntado en qué momento el lugar común dejó de tener fuerza, vaya ese es otro tema. El corito de esta era
"Hermano mexicano, hay que estar unidos para echarnos la mano, pfff, pfff, pf, pfpf pf pf... (mano en la boca a manera de micrófono) hermano mexicano hay que estar unidos para echarnos la mano, pfff, pfff, pf, pfpf..."
En fin, que a este berraco si le dí, no mucho porque mi opulencia es demasiado escasa, pero al menos con que se tomase una cerveza a mi salud quedaré conforme.
¿De verdad es la mendicidad una holgazanería? Lo pregunto porque constantemente me ha tocado ver y escuchar a personas, conocidas y desconocidas, decir cosas como "ponte a trabajar, huevón", "si este wey está completo, ¿por qué no se busca una chamba?"
Pero, acaso andar en chinga por las calles buscando de dónde sacar chuleta o drogas o alcohol, ¿no es ya un empleo? Los fines no importan, muchas personas trabajan de forma "decente" para saciar sus vicios (y en muchos de los casos son vicios mucho peores, si no, pregúntenles a los di-puta-dos) y a éstos nadie los juzga. Me pasa que en alguna de mis mocedades me vi obligada a cantar en los camiones, mis fines eran bastante menos primordiales que sostener un vicio o alimentar mi solitaria, lo que queríamos (porque estaban incluidos algunos amigos) era comprar instrumentos para hacer una banda (de rock por supuesto), jaja.
Y créanme, de verdad, subir y bajar durante 6 horas (y eso que nosotros sólo lo hacíamos entre 6 y 4 horas diarias y la inspiración nos dio como para dos meses de cantatas) de un camión a otro, cantar, desgarrarse las cuerdas vocales, tratar de ganar el volumen al tráfico y tragarse la vergüenza, el orgullo y los insultos no son tareas sencillas; claro, conforme pasan los días uno se va aflojando y lo hace cada vez con más desparpajo y valemadrismo, y como se habrán dado cuenta al final nunca tuvimos instrumentos, mucho menos banda, pero pregunten que buenas caguamas nos compramos con aquellos centavitos.
Cualquiera que viva en esta ciudad sabe que aquí uno encuentra todo tipo de seres, me ha tocado ver cualquier especie de mendicantes: como el niño aquel de 11 años que se sube en los micros que van de Chapultepec a Cuitláhuac, sobre Mariano Escobedo y que siempre como el tercer cochinito de Cri-Cri argumenta que es "para ayudar a su pobre mamá", y que canta alguna canción que nunca se sabe cuál es porque nunca la entona con claridad y cuya voz es nefasta, siempre le dan ya sea por compasión o por compasión al sentido auditivo de los pasajeros.
O como la niña aquella, en la estación Chabacano en la línea 2 del metro a la que una señora se atrevió a increpar porque no hablaba claramente y no alzaba la cara para pedir: "Ay, mija, es que no lo haces bien, así cómo quieres que te den" (vieja jija, ya la quisiera yo ver, si de veras tendría el arrojo de pedir lismona).
O como el anciano mago que se sube entre Centro Médico y Coyoacán en la línea 3, y que comienza su acto empujando suavemente a los usuarios diciendo: "Atrasito de la raya que voy a trabajar, a ver señorita, señor, regáleme una sonrisa, no se ponga de malas que le salen arrugas", petición a la que muy pocas veces es correspondido, y acto seguido saca una caja de cerillos que abre y cierra con una sola mano o un par de pelotitas coloradas que se come y le salen por la axila o por una manga del saco, luego un avez finalizados sus trucos dice: "Ay, señores lo que hace el hambre, digo el hombre, yo ya tengo 81 (o quien sabe cuántos) y ya nadie me da trabajo", y que a mí personalmente me parece un personaje encantador.
O como el viejito, que toca la armónica en la línea 3 también y que estira la mano con el dolor de haber perdido la gallardía de gente "decente" plasmado en las pupilas, en ocasiones he llegado a pensar que en cualquier momento, al siguiente alarido de su armónica derramará un lágrima.
O como aquel hombre cojo de la línea 2 también que al no obtener nada con sus suplicas comienza a echar insultos y maldiciones, mientras arrastra su pierna y su muleta: "Hijos de la chingada, codos, desgraciados, hijos de puta, pero así les ha de ir cabrones..."
O como las decenas de faquires que se pusieron de moda en la última década y que se suben al metro con un envoltorio de trapo y cristales, y creen sorprender al público arrojándose de espaldas furiosamente contra los vidrios esparcidos por el suelo, cortándose la espalda, ya mapeada con incontables cicatrices.
O como el chango ese que se sube en los camiones que van de Tlatelolco a Las Armas y al que si no le das nada y eres mujer te amenza veladamente: "Ay manita, mira, yo antes vivía de asaltar a las personas y cuando estuve en la cárcel aprendí un montón de mañas", se te pone muy cerquita el muy cínico.
En fin, que por este camino no acabaré nunca con este recuento de infames, mendigar, pedir, encararse antre los transeúntes, hacer que te pongan atención, no es tarea fácil, también es una labor, un trabajo, un empleo, repulsivo, quizá "indecente", sin escrúpulos o con muy pocos, pero cuesta, las energías se gastan, la conciencia suda, los zapatos se acaban, el orgullo duele y los insultos y la indiferencia dan buenos madrazos.