jueves, 27 de marzo de 2008

Errabunda

¿Qué hay más triste que la soledad de un basural?

Es este buscar y rebuscar entre las calles y los basurales
y los rostros
fruncidos por el sol del mediodía
un consuelo gratuito
una voz íntima
sin necesidad de esperar que se espere
una correspondencia.

Es este tender las manos y que todos se sirvan de ellas
que tomen lo que tengan que tomar
que no es importante,
que lo que está en la calle
a nadie le pertenece y es de todos
esto es lo poco que se puede dar
esto sólo es un semáforo
en el que debemos ver cuál
es el siguiente paso
ver que mañana
ni tú ni yo ni nadie habrá dejado su impronta.

Esto es una pequeña caligrafía
una microscópica
dádiva efímera
palabras insignificantes
perdidas
vencidas por el hartazgo y la brutalidad.

Esta mujer
sólo es una perra
sola
acostumbrada
a las patadas de los transeúntes.

miércoles, 19 de marzo de 2008

Para echarnos la mano


Para Gustavo... que siempre que me lo encuentro
en la esquina me pide para su maestría...
ash! si uno con trabajos tuvo pa la secundaria.
Limosnero italiano de principios del siglo XX.

Mal recuerdo que Cesare Pavese decía... -digo mal recuerdo porque quizá no fue él, quizá me lo contó alguien, y no recuerdo la cita exacta (dudar siempre de mis datos, mi memoria es un basurero a cielo abierto)- ...en fin que decía, que uno da limosna al mendicante para quitárselo de enfrente; es decir, para quitar de enfrente la hórrida visión de un ser en peores condiciones que uno; en breve: pa que dejé de joder y de afearnos el panorama, y bueno, en el DF, a veces uno se ve forzado a dar caridades con tal de que le hagan la caridad de no martirizar gratuitamente los ya de por sí atolondrados sentidos.

De mi lado, yo nunca doy limosnas, porque de hacerlo tendría que ser algo grande, como poder adoptar a alguien y darle sustento, claro a cambio de que trabaje, nada es gratis en esta vida; o al menos darle una zarandeada descomunal para animarlo a dejar la mendicidad y a renovar su autoestima (ach! me quedó como de Og Mandino, sorry); pero en esta selva urbana uno llega a encontrar determinados entes que algunas veces tienen alguna simpatía.

Hace como una semana, un día en que decidí llegar tarde al trabajo y aún me encontraba en el transporte público de mi pueblo como a eso de las 9 am, se detuvo el camión, ya saben, a subir pasajeros en una esquina en la que para variar está prohibido, y de pronto se escuchó una voz recia y cantadita: "Chofeeer, qué tranza, déjame subirme a echar una rolas, mano". El chofer hizo gesto negativo, a lo que el cantor clamó de nuevo: "Ándale, mano, traigo una rolas nuevas, totalmente diferente a lo que has escuchado carnal, deveritas". Movido el cafre por la curiosidad, se decidió a decir que sí, y entonces se subió al autobús un chavo como de unos 17 años, vestido a la hiphopera barrio, inc.: pantalón de cholo, con unas pintas grafiteras en la pierna, sudadera guanguísima, lente oscuro (...en lugar oscuro, naco seguro), paliacate anudado en la frente y mochila aguanta mugre, y sí, alguito de mugre en todas sus partes:

"Pus aquí saludándolos y esperando no estropearles el viaje, los saluda acá este miembro de la Tribu Urbana Salvajeee, acá pa interpretarles unas rolas de hip hop. El hip hop no es eso que ustedes piensaaann, no es esa musiquita que ponen en los anuncios con changuitos bonitos con pantalones chidos y perfumitos; el hip hop es algo que sale de acá del alma, es un canto para expresar todo lo que uno trae en su corazón, y pus bueno, acá, les voy a interpretar unas rimas de mi propia inspiración."

Y lo demás ya es evidente, con el único instrumento de su voz, aquel chavalo comenzó a desgañitarse con el ritmo entrecortado del hip hop, sus rimas eran ingenuas y obvias, pero me hicieron gracia su fuerza y la candidez del barrio, la furia contra los que tienen, la forma en que en una estrofa decía como hay suertudos que pueden estudiar mientras hay otros que se tienen que ganar el pan cantando en los camiones, y luego la segunda canción era un canto revolucionario, de esas revoluciones manidas y fuera de época, pero acaso válidas por lo mismo -alguna vez se han preguntado en qué momento el lugar común dejó de tener fuerza, vaya ese es otro tema. El corito de esta era

"Hermano mexicano, hay que estar unidos para echarnos la mano, pfff, pfff, pf, pfpf pf pf... (mano en la boca a manera de micrófono) hermano mexicano hay que estar unidos para echarnos la mano, pfff, pfff, pf, pfpf..."

En fin, que a este berraco si le dí, no mucho porque mi opulencia es demasiado escasa, pero al menos con que se tomase una cerveza a mi salud quedaré conforme.

¿De verdad es la mendicidad una holgazanería? Lo pregunto porque constantemente me ha tocado ver y escuchar a personas, conocidas y desconocidas, decir cosas como "ponte a trabajar, huevón", "si este wey está completo, ¿por qué no se busca una chamba?"

Pero, acaso andar en chinga por las calles buscando de dónde sacar chuleta o drogas o alcohol, ¿no es ya un empleo? Los fines no importan, muchas personas trabajan de forma "decente" para saciar sus vicios (y en muchos de los casos son vicios mucho peores, si no, pregúntenles a los di-puta-dos) y a éstos nadie los juzga. Me pasa que en alguna de mis mocedades me vi obligada a cantar en los camiones, mis fines eran bastante menos primordiales que sostener un vicio o alimentar mi solitaria, lo que queríamos (porque estaban incluidos algunos amigos) era comprar instrumentos para hacer una banda (de rock por supuesto), jaja.

Y créanme, de verdad, subir y bajar durante 6 horas (y eso que nosotros sólo lo hacíamos entre 6 y 4 horas diarias y la inspiración nos dio como para dos meses de cantatas) de un camión a otro, cantar, desgarrarse las cuerdas vocales, tratar de ganar el volumen al tráfico y tragarse la vergüenza, el orgullo y los insultos no son tareas sencillas; claro, conforme pasan los días uno se va aflojando y lo hace cada vez con más desparpajo y valemadrismo, y como se habrán dado cuenta al final nunca tuvimos instrumentos, mucho menos banda, pero pregunten que buenas caguamas nos compramos con aquellos centavitos.

Cualquiera que viva en esta ciudad sabe que aquí uno encuentra todo tipo de seres, me ha tocado ver cualquier especie de mendicantes: como el niño aquel de 11 años que se sube en los micros que van de Chapultepec a Cuitláhuac, sobre Mariano Escobedo y que siempre como el tercer cochinito de Cri-Cri argumenta que es "para ayudar a su pobre mamá", y que canta alguna canción que nunca se sabe cuál es porque nunca la entona con claridad y cuya voz es nefasta, siempre le dan ya sea por compasión o por compasión al sentido auditivo de los pasajeros.

O como la niña aquella, en la estación Chabacano en la línea 2 del metro a la que una señora se atrevió a increpar porque no hablaba claramente y no alzaba la cara para pedir: "Ay, mija, es que no lo haces bien, así cómo quieres que te den" (vieja jija, ya la quisiera yo ver, si de veras tendría el arrojo de pedir lismona).

O como el anciano mago que se sube entre Centro Médico y Coyoacán en la línea 3, y que comienza su acto empujando suavemente a los usuarios diciendo: "Atrasito de la raya que voy a trabajar, a ver señorita, señor, regáleme una sonrisa, no se ponga de malas que le salen arrugas", petición a la que muy pocas veces es correspondido, y acto seguido saca una caja de cerillos que abre y cierra con una sola mano o un par de pelotitas coloradas que se come y le salen por la axila o por una manga del saco, luego un avez finalizados sus trucos dice: "Ay, señores lo que hace el hambre, digo el hombre, yo ya tengo 81 (o quien sabe cuántos) y ya nadie me da trabajo", y que a mí personalmente me parece un personaje encantador.

O como el viejito, que toca la armónica en la línea 3 también y que estira la mano con el dolor de haber perdido la gallardía de gente "decente" plasmado en las pupilas, en ocasiones he llegado a pensar que en cualquier momento, al siguiente alarido de su armónica derramará un lágrima.

O como aquel hombre cojo de la línea 2 también que al no obtener nada con sus suplicas comienza a echar insultos y maldiciones, mientras arrastra su pierna y su muleta: "Hijos de la chingada, codos, desgraciados, hijos de puta, pero así les ha de ir cabrones..."

O como las decenas de faquires que se pusieron de moda en la última década y que se suben al metro con un envoltorio de trapo y cristales, y creen sorprender al público arrojándose de espaldas furiosamente contra los vidrios esparcidos por el suelo, cortándose la espalda, ya mapeada con incontables cicatrices.

O como el chango ese que se sube en los camiones que van de Tlatelolco a Las Armas y al que si no le das nada y eres mujer te amenza veladamente: "Ay manita, mira, yo antes vivía de asaltar a las personas y cuando estuve en la cárcel aprendí un montón de mañas", se te pone muy cerquita el muy cínico.

En fin, que por este camino no acabaré nunca con este recuento de infames, mendigar, pedir, encararse antre los transeúntes, hacer que te pongan atención, no es tarea fácil, también es una labor, un trabajo, un empleo, repulsivo, quizá "indecente", sin escrúpulos o con muy pocos, pero cuesta, las energías se gastan, la conciencia suda, los zapatos se acaban, el orgullo duele y los insultos y la indiferencia dan buenos madrazos.

martes, 11 de marzo de 2008

Como una invisible ciudad de gorriones


Marge Piercy


Lamento que en la primera entrada importante de este blog haya aparecido la nunca bien injuriada secretaria de Educación, pido disculpas náufragas, pero he decidido que esto se vaya escribiendo conforme a las circunstancias, y eso era lo que dictaba el momento.

Ahora escribiré lo que de verdad quería. Ahora haré honor a quien me proporcionó el nombre para esta página.

Marge Piercy es una poeta, novelista y ensayista que nació en Detroit en 1936 en el seno de una familia de ascendencia judía. Su familia, como muchas otras, sufrió los embates de la Gran Depresión, su padre fue desempleado durante bastante tiempo; y aunque Marge dice recordar una infancia "razonablemente feliz", también fue una niñez acosada por la pobreza y la enfermedad, lo cual la hizo refugiarse en los libros y en las historias judías que le contaban su abuela Hannah y su madre.

Es la misma Piercy quien le da el crédito a su madre por haberla hecho poeta, pues dice que era una mujer de gran imaginación y ávidas lecturas. Marge fue la única persona de su familia que concluyó una carrera universitaria, aunque no sin dificultades y gracias a varias becas. Tuvo un primer matrimonio, gracias al cual logró viajar a Francia y vivir con cierto desparpajo. Después de terminado éste se vio obligada a regresar a Chicago en donde tuvo una época bastante mala y realizó labores como secretaria, telefonista, empleada de almacén, modelo de artistas, etc., para poder sobrevivir y seguir escribiendo.

Fue en este perido en donde comenzó su labor como activista de los movimientos raciales y feministas en Estados Unidos. En este aspecto ella siempre ha tenido una carrera política, pues dice le incomodaba sentirse como un ser invisible, por lo cual ha luchado incansablemente a través de los años. Actualmente, vive en Wellflet en Cape Cod, Massachusetts, con su esposo Ira Wood.

Se le ha llegado a considerar poeta beat por sus poemas de verso libre y sus temáticas, aunque en sentido estricto no está relacionada con ellos. Sus poemas son duros y crudos, desnudos de una fragilidad que sólo puede escribir una mujer, aguerridos y femeninos -valga la redundancia-, pero no de esos poemas melcochosos en los que se filtra el furor de la entrepierna y la caduca interpretación del amor; sino líneas y metáforas sin cursilerías, en las que se plasma el dolor, la sexualidad del orgullo deseante, palpitante, y la rabia de ser ese "ser invisible" al que se cree incapaz de pensar, de escribir, de luchar.

Entre sus obras poéticas se pueden mencionar: To Be of Use (1973), Living in the Open (1976), The Twelve-Spoked Wheel Flashing (1978), The Moon is Always Female (1980).

Y sus novelas: Dance the Eagle to Sleep (1970), He, She and It (1991), City of Darkness, City of Light (1996), Storm Tide (escrita con su esposo Ira Wood, 1998), Sex Wars (2005).

Yo conocí a Marge Piercy gracias a José Vicente Anaya que tuvo el bondadoso gesto de darnos a conocer el trabajo de excelentes poetas cuando era jefe del departamento editorial de la Universidad Autónoma del Estado de México, esta edición que poseo y que llegó a mis manos en el rebusque habitual que hago de las librerías de segunda mano se llama Ventana de la mujer en llamas, de 1988. Primero, el poema que da título a mi blog, luego, algunos más, la traducción gracias a José Vicente.


Del libro To Be of Use, 1973

conflictos de la fortuna

Como una invisible ciudad de gorriones
he crecido. Relojes mis pechos se tornaron.
Y hallé ceremonias en mis sueños.

Tal vez vivíamos durante el sol de octubre.
Las calles, pausadamente, hervían como
retortas de laboratorio. Tú me tomaste
de la mano. Era una tarde-calabaza
con cáscara brillante y una sonrisa recortada.
Corrimos por las escalinatas.
Me tocaste y volé.
Plumas color índigo y naranja
cayeron de mi piel. Rodé sobre
tu rústico cabello de muñeca de trapo.
Te chupé, maduro albaricoque,
hasta el corazón. Y sentados
de piernas cruzadas en la cama,
con burdos pespuntes, hilvanamos
en charlas nuestras vidas.

Todo ese encanto se rompió, es cierto,
pero mis brazos ardieron
con las chispas de aquella sidra sol.
Ahora sueño alas de bronce
y leopardos afelpados.
No nos unió el verdadero tacto
sino la química falsa de palabras.

El reflejo de un frío sol me quema ahora
y, el día entero, mi energía musita
como un té que hierve en la tetera.


indecencia

Soy una mujer incoveniente.
Puedo ser más útil como sacapuntas
o máquina sumadora.
No te amo como a la Madre Jones
o a las olas del mar, ni como a mis gatitos
o a un buen trozo de carne.
Amo el espinoso sol de barba negra
sobre tu cara.
Te amo cuando te agitas preocupado
y haces esperpentos de desesperación.
Te amo cuando discutes cambios
en la estructura de las clases;
esto llena mis ojos, se agolpa en
mis oídos y quema
las puntas de mis dedos.

Soy una mujer inconveniente.
Deberías cambiarme por un perro pastor,
una llama o un yak
que son bastante fieles
y sólo piden paja, sirven
de abrigo y nuca te llaman por teléfono.

Te amo con mis brazos, mis piernas,
mi talento, mis valores y
la historia indecorosa de mi vida.
Quiero hablarte de cómo me tronó eso
cuando tenías diez años.
Quiero que beses las aflicciones
de mi fuego.
Quiero leerte poemas donde me anegaban,
cuando tenía quince años, batida como
un huevo sin cáscara
entre las alas de Shelley.
Quiero que leas las cartas de mis pasados amantes.
Deseo que me desees de muchas formas,
de manera directa y sencilla
como una taza de café caliente.
Quiero y debo añorar
todo lo que no puede suceder.
Estoy rodeada de un amor
como dientes, por ti,
y me muero de hambre.


Del libro Living in the Open, 1976

el miedo

Despierto con huellas de dientes
en mi cuello. Tengo la sensación
de que algo falta. No estoy entera.
De este cuerpo mío, blando, debo
sacar algún provecho, antes de ser
tragada como aceituna, antes de que
se expanda la fosa con mis huesos.
Los minutos son boquitas de hormigas;
dientes de tiburón, los días. Y la
noche, cual mandíbula enorme de
ballena, se abre.


Del libro The Twelve-Spoked Wheel Flashing, 1978

lánguido día del solsticio

Un sol color de whiskey pasa bajo
como un halcón sobre la yerba seca.
Y el sendero está bardeado por
unas sombras largas, enlazadas.

El cielo del crudo invierno está vacío.
La oscuridad golpea las casas. Sucumbe
el polvo. Los árboles, encorvados,
se arañan bajo este cielo raso
de color de lima pálida.

La luz solar
alumbraría por más tiempo mi cara
si pudiera volar en las alturas.
Me gustaría flotar, como un hilo de seda,
en esa luz árida y torpe.

Apenas es diciembre y ya mis huesos
imploran por el sol. Las tormentas,
desde el mar hasta los acantilados,
han roído la costa. Las ventiscas con sal
arrancan las hojas marchitas de los robles:
vuelan a la deriva como bolsitas de papel
que recuerdan las tristes posesiones.

Tengo el hambre de las gaviotas
que en el ocaso cruzan, gritando,
la bahía. Entre los cúmulos de paja
y hoja seca
busco alguna brizna color verde
para mis ojos.


Del libro The moon is Always Female, 1978

intimidad

¿Por qué, desde las entrañas,
muchas veces la vida se me escapa
escurriendo por una herida
que se me abre en el vientre?
Detengo las vísceras con mis manos
para volverlas a meter.

¿Por qué mi vida
es un lago agreste y oscuro, tantas
veces, bajo la tormenta de rayos
a la media noche; donde me ahogo
entre olas que estallan en mi cara
mientras intento respirar?

¿Por qué
mi vida es una guerra en donde yo
lucho sola? ¿Por qué peleas conmigo?
¿Por qué no te pones de mi lado?
Si me muriera en este instante,
¿recibirías gustoso la noticia al
despertar?, ¿disfrutarías tu café?

Yo no soy tu hada, tu gobierno
ni tu FBI. Tampoco soy tu madre,
tu padre, tu pesadilla ni tu
bienestar. No soy muro ni barda.

No soy la ley ni el catálogo
actuarial de tu agente de seguros.
Soy una mujer con las entrañas
de fuera, entre las manos, aullando;
pero no por hacerme el hara-kiri.
Cocina mis vísceras o cóseme la herida.
Te pido que camines con mi aflicción
como entre las olas rompientes
de un océano sanguíneo, así, juntos
nos hundiremos o saldremos a flote
para volver a caminar.

viernes, 7 de marzo de 2008

De rrrratas y errrratas

Siempre lista para el akelarre,
¿cómo se puede sonreír
con tanto cinismo?
Josefina Vázquez Mota,
Secretaria de Educación Pública,
México, 2008.



Las 3:50 am y nosotros trabajando (sí, en la oficina), con nosotros me refiero a B..., G... y yo mera. La SEP que se ufana por tener una educructivista", de calidad y del primer mundo, esmerada en fabricar programas educativos al vapor que formen a los entes superiores del mañana, lo hace (G... viene a decirme que a estas horas de la madrugada hemos descubierto la verdadera identidad de A...: es una hormonastra de Cenocienta, jijiji -no, no tiene errata-)...

Decía: lo hace (la SEP) a costa del "decostructivismo" de editores, diseñadores, ilustradores, y demás fauna tipográfica que no tiene otra forma de dar solaz esparcimiento a sus más misteriosos trastornos obseso compulsivos que haciendo libros para la SEP.

Pero... hacer libros educativos de esta forma, de verdad, ¿sirve? Los libros se investigan en un suspiro, se escriben corriendo, se editan en las más desordenadas circunstancias (y no por falta de afán de los editores, bueeeeeeno, no en todos los casos), se ilustran a la "necesito estas 10 imágenes para mañana y me haces 27 mapas con salsa verde para mañana a las 9 de la mañana, pliiiisssss", etc., etc... y se supone que estudiando en estos libros, ¿los niños de secundaria estarán mejor preparados para el "mañana"?

Yo, aquí, a estas horas de la madrujada, ya no sé ni cómo se escribe madruhada, madrugada? madrudada? madreada? ¡Ay! ¿¿y se supone que yo hago libros para educar a otros??

¿Qué cómo vine a dar aquí? Pues resulta que un día alguien me dijo que existían unos señorcitos llamados "correctores" (en la mayoría de los casos son corruptores), y que les pagaban por leer; y yo, crédula como soy, pensé que no habría mejor cosa en la vida que que me pagaran por hacer lo único que me ha interesado después de que mi vocación de zootecnista se viera frustrada -ante la idea de tener que exterminar a innumerables animales sin dueño para hacer los más tétricos experimentos-: LEER.

¡Ay, pobre alma ingenua! En fin, que aquí estamos... y si esto no resulta grato, al menos es divertido, ya que las madrugadas las pasamos burlándonos de los dictaminadores y sus estúpidas observaciones, aptas para mentes estrechas, agudeza visual corta y daltónica e imaginación no sólo pobre sino magisterial.

Por otra parte, debo decir que mi trabajo me gusta, me encanta, y algunas de las personas que he encontrado a lo largo de mi vida en estas labores, me resultan queridísimas y entrañables. Si algún día don Ricardo Garduño, mejor conocido en los colofones como Ricardo X, lee esto, sepa, que a pesar de sus gramáticos y editoriales maltratos, lo recuerdo con cariño: "¡Niña, ¿que no está viendo que le falta la cornisa?!".

¡¡¡¡AAAAhhhhh!!!!! Me voy debo ir a ver si B... al fin terminó de imprimir las copias a color que debemos entregar mañana a nuestra insigne Secretaría de Educación Pública...

(Olvidé hacer una acotación, de la cual se deriva la aparición del rastrero sustantivo rrrratas en el título: Por si tienen dudas de por qué uno hace esto, además de estar evidentemente mal de la cabeza, es porque uno necesita comer, porque las editoriales en este país necesitan ganar mucho dinero sino se van al hoyo, y no hay otra forma de hacerlo, y porque como siempre, detrás de todo esto hay unos negociazos en los que se manejan paletadas de morlacos, de los cuales como siempre, a nosotros nos llegan los menos, mientras doña Jose"fina" Vázquez Mota -esto es lo único cierto en ella-, se pasea por todo el país, el mundo y áreas aledañas, en primera clase y sin otro mérito que andar luciendo su palmito y la palmita que tiene por cerebelo.)

Fe de errrratas: ¡Ij! Al final del penúltimo párrafo debí haber dicho Púbica, Impúdica... ash! Bueno, y la errrrata más grande, ¿por qué demonios nunca pensé ser taquero o narcotraficante? Eso si deja, puesn.

martes, 4 de marzo de 2008

Comienzo


Hoy decido comenzar, hacer este principio, escribir en este árido mar cibérnetico y esperar que alguien comulgue con mi voz de insecto, esperar...