martes, 30 de marzo de 2010

De freelancers y poetas, parte guan

Este viejito de aquí, es San Jerónimo,
el patrono de los editores y libreros,
no soy católica, pero como más vale prevenir que lamentar,
encomiéndome a ti.


Para Guillermo Fernández, Ricardo Garduño, Benjamín Chimal, Antonio Reina, Pilar Tapia, Miguel Ángel Guzmán, Carmen Vieyra y todos aquellos, que con paciencia y zapes (figurados, claro) me han enseñado algo en este bendito oficio.

Advertencia: Si tiene flojera de leer, mejor búsquese otra cosa, porque la neta este post sí está bien chorero, me salieron hartas cosas de mi ronco y ex fumador pecho, y no quiero aburrirlo. (Ah sí, esta primera parte está dedicada sobre todo a los freelancers, ya en la que sigue hablaremos de los poetas.)

Así como si nada, me doy cuenta de que han pasado casi seis meses desde la última vez que escribí algo aquí. Y como siempre, me da el síndrome de El libro vacío.* Que como diría Octavio Paz en el prefacio a éste es la imposibilidad de escribir y la necesidad de escribir, el saber que nada se dice aunque se diga todo y la conciencia de que sólo diciendo nada podemos vencer a la nada y afirmar el sentido de la vida.

Y digo escribí algo aquí, porque en realidad escribo todo el tiempo. No las cosas que yo quisiera, pero escribo. Tengo un trabajo en el que a diario estoy exprimiendo mis ojos, mi cerebro y las teclas de esta computadora. Ya sé que muchos se lo preguntan, ¿a qué me dedico? Pues bien, soy editora, por ahora, editora de libros de texto para secundaria.

Tengo 32 años de los cuales he dedicado 12 al trabajo editorial y he hecho de todo tipo de libros: culturales, comerciales, de literatura, técnicos, traducciones, revistas universitarias, de educación superior y media superior, gubernamentales, customs, boletines, etcétera. Y lo he hecho todo (editorialmente hablando, claro), menos un libro mío. En esas ando desde hace como dos años, pero soy tan ambiciosa que quizá nunca pueda terminar de escribir lo que quiero, como lo quiero.

En cuanto al trabajo en libros de texto, es arduo, difícil, demandante y, sin excepción, me deja exhausta; además de los múltiples entuertos que hay que resolver a diario, que le sacan canas verdes hasta al más zen. Eso sí, luego de haber hecho esto puedo hacer cualquier cosa, estoy curtida.

En mi trabajo comencé siendo correctora. Lo cierto es que comencé siendo “la menos peor” de una lista de cinco o seis candidatos para un puesto de correctora ortotipográfica. Y me quedé. Pero como nunca estoy conforme, avance, busqué, pregunté, estudié, y ascendí, mejor dicho, me ascendí a correctora de estilo. Volví a preguntar, a buscar, a avanzar, a estudiar y llegué a editora, y hasta aquí vamos bien. Creo que esta es la parte que en verdad me gusta aunque sea una relación amor-odio (siempre más amor, y no lo digo sólo yo, lo dicen muchos en este medio). En fin... ¿a dónde voy? Pues voy al trabajo independiente, al tan mal llamado en México trabajo de free lance. Y digo mal llamado, y digo en México, porque en este país, nadie, a veces ni los propios trabajadores independientes respetamos nuestra labor, y es falso que sea free (de hecho si uno quiere comer, tiene que ponerle más empeño que al trabajo formal).

Hace unas semanas alguien publicó en twitter un post en un blog sobre el trabajo independiente, y sobre la forma en que este trabajo se malbarata y se mal paga. De 12 años en el trabajo editorial, durante 10 he sido independiente, así que sé de qué hablo y tengo autoridad para hacerlo, la misma que me da haber sobrevivido, más o menos bien, durante esos 10 años de esta modalidad de trabajo.

En el texto que menciono, se quejaba alguien de que ahora se buscan creativos a costos bajísimos. De que se publican anuncios semejantes a “si usted es creativo y cobra bara, venga, aquí lo empleamos”.

En efecto, el mundo del free lance está plagado de malbaratismos y de ninguneos, y en el medio editorial más (seguro que me excomulgan del gremio luego de esto, pero los gremios siempre me han importado una pura y dos con sal y chile piquín). Pero yo creo que los errores no sólo los cometen los empleadores, sino también nosotros como trabajadores.

Así que, veamos cuál es el meollo del asunto, según yo, verdad.

Pues comencemos con lo que decía un ex jefe mío: “Ocelotita, claro, en este país cualquiera que tenga un lápiz en la mano, sepa leer y escribir, y no tenga empleo, podrá llegar y decir, ‘soy corrector’”. Y, en efecto, es aquí donde comienza el conflicto: no importa qué tan bueno seas, no importa cuánto estudies, ni en cuántas editoriales hayas trabajado antes, siempre encontrarán a alguien que cobre menos que tú, aunque luego terminen pagando el triple de lo que cotizaste porque lo hizo todo mal, y es peor enmendar que hacer de cero.

Sin embargo, en el camino, he conocido personas que por la urgencia de tener trabajo bajan sus precios (yo misma lo hice en una época muy prangana de mi vida), aunque sean buenos. Pero esto no es bastante, además de lo poco que a veces pagan y uno acepta, te pagan hasta finalizado el trabajo y cuando llega la hora de entregar el recibo o la factura te salen con que “ah, lo olvidé, pagamos a 45 días” (que en realidad son 60).

Entre que terminas el trabajo y entregas el recibo, te llaman todo el tiempo para presionarte, a todas horas, todos los días, sí, absolutamente todos los días de toda la semana, de todo el mes (hay que dejar en claro, que confrontado con un empleo “estable, en nómina o en blanco”, un freelancer nunca tiene prestaciones, ni tiempos libres, ni vacaciones, nunca se cansa, nunca duerme, no mea, ni caga, ni come, ni se enferma, no tiene religión, ni ama a la patria, no paga renta y sus cuentas siempre son pacientes, pueden esperar más de lo imaginado; es decir, un freelancer es casi un cyborg dispuesto a las órdenes del mejor postor, o de su hambre, claro).

Me pasó también que al llegar a una entrevista para saber si me daban o no el trabajo, al momento de ver mi CV me decía esta vieja: “Qué lástima, pero no tienes licenciatura”, y me seguía preguntando cosas, y cada dos preguntas me decía con mirada de lástima “...pero es que no tienes licenciatura”... Señora unamita (porque trabaja en la UNAM), ¿que cree? la licenciatura nunca me ha hecho falta, soy autodidacta y tengo mucha más experiencia y conocimientos que cualquiera de sus alumnitos, ah, y he hecho publicaciones mucho más importantes que su bolentinzucho mal diseñado, mal redactado y mal publicado.

Y si te descuidas, de pronto te dicen: “Oye, y sí además de la corrección de pruebas, ¿buscas las fotos? ¿Y si además de la corrección de estilo, un día de éstos te vienes a sentar aquí con el capturista a verificar que las haga y luego cotejas? ¿Y sí, luego de corregir vas a mi casa y la trapeas y lavas mi ropa?”. ¡Claro! todo por el mismo boleto...

Si te descuidas aún más, luego de todo esto, hay veces que ni siquiera te pagan (por cierto, Karlita No Recuerdo Tu Apellido, ¿recuerdas que te corregí y te reestructuré tu tesis de arquitectura sobre el Palacio de Bellas Artes, y gracias a eso te titulaste y nunca me acabaste de pagar? ¿Cómo luce mi título en la sala de tu casa?). En ocasiones te buscan lo que yo llamo el “pleito ranchero”**, y luego de hacer una “revisión minuciosa” de tu trabajo resulta que:

Empleador: Oye, me da mucha pena pero no hiciste lo que te pedí, yo te pedí una corrección ortotipográfica, pero hiciste otra cosa.
Freelancer: Eso fue lo que hice, a ver, dime ¿qué es una corrección ortotipográfica, según tú?
Empleador: Cof, cof, este... bueno, mira, es que se te fue un acento en “policíaco”, y aquí en la cornisa, ¿ves? debía ir un guión corto, y se te fue uno medio.
Freelancer: Oye, pero así dice tu manual de criterios editoriales, y policíaco puede, o no, llevar acento.
Empleador: Bueno, es que te dije que me tenías que entregar el miércoles, y hoy es jueves.
Freelancer: Pero... mira tu calendario!! Hoy es martes!!
Empleador: Bueno, pues vuelvo a revisar tu trabajo y ya te llamo yo para decirte cuándo te pagamos...

Obviamente esa llamada no llega nunca... Y si uno hace el intento de cobrar ese dinero, pueden suceder muchas cosas: la de siempre, que no te vuelvan a contratar; que te evadan o te hagan múltiples citas para dejarte esperando, que te fastidies y nunca más vuelvas a joder; que te boletinen en otras empresas diciendo que eres un pésimo proveedor; que te dejen colgando del teléfono horas y horas, de tal forma que cuando al fin te pagan, ese dinero ya lo debes de teléfono; y la peor: que nunca te paguen y sí utilicen lo que hiciste para publicarlo.

Bueno, estos puntos malos son del lado de los empleadores, pero ¿qué me dicen de los freelancers? Ahí les va.

Hay personas muy mareadoras que trabajan mal, que te dicen “yo las mato callando” y sí, las matan pero de pura oligofrenia. Hay quienes se inventan currículos y no tienen idea de lo que deben hacer. Hay quienes de pronto, ante la presión se esfuman, no responden mails, teléfonos, señales de humo, recados, smss, hasta que se les hinchan los... cachetes, o nunca; y además se llevan el material que hicieron otros. Hay quienes hacen el trabajo pésimo, cobran y se van. Los hay también que dicen “pues yo corrijo según el precio, como veo doy” (aquí he de hacer un paréntesis: si uno acepta el trabajo y acuerda la cantidad a pagar desde el inicio, debe hacer lo que se compromete a hacer; nada de que, “como me pagan la corrección de a $15 por cuartilla, hago una corrección de 12 varos”; creo que uno siempre tiene que ser el mejor corrector o editor que le sea posible, y hasta imposible, ser). Los hay también que te dicen “te entrego mañana” y aparecen tres días después. Hay quienes en lugar de corregir se ponen a escribir (otro paréntesis: como decía mi mismo ex jefe de más arriba: “A ver, nena, ¿aquí qué hiciste? ¿Está mal este texto? ¿Sí o no? Porque mira, si está mal y lo corregiste, aplausos; si no está mal, pero no te gusta, pues te aguantas... así escribe este autor, ése es justamente el estilo... y en efecto, tú eres la guardiana de ese estilo, no tienes porque deformarlo o escribirlo de acuerdo con “tu estilo”, ¡zás!)***

Los hay también aquellos que creen que siempre están corrigiendo libros de poesía, cuando el texto es de administración, de psicología, de química orgánica, o viceversa, ¡plop! Y los hay, la mayoría (sí, me excomulgarán, sí, de veras) que no conocen un libro. O sea, este fenómeno, no sé si sólo pasa en este trabajo, pero es como ser mecánico y no saber de coches, como ser vaquero y no saber de panzas de vacas, ¿cómo pueden hacer libros, personas que nunca leen ni escriben ni tienen criterio propio? Pues sí, sí los hay, muchos.




Ésos que mira usted ahí, se llaman signos de corrección,
sí, hay que aprenderlos todos para poder corregir en hojas impresas
y son una convención mundial, aunque no sé si de verdad los usan en,
digamos, ¿Japón? Nunca he trabajado ahí... snif


Ahora, ¿cómo resolvemos todo esto? ¿Cómo hacemos que el trabajo sea libre y nos libere y nos dé de comer? ¿Cómo nos hacemos valer como empleadores y como proveedores? Fácil: siempre respetándonos y siendo claros.

Lo que yo aprendí en 10 años de freelanceo (y sigo aprendiendo, aunque obtener la chuleta me cueste un poco menos de esfuerzo, relativamente), fue:

• Nunca mientas sobre tus capacidades.
• Sé puntual, esmerado, dedicado y congruente (si te retrasaste para la entrega, puedes llamar, afrontar y pedir una prórroga; esconderse es mortal para ti y para quien te busca).
• Si te es posible y te dan ganas, reporta tus avances (esto a uno le da muhca lata, pero al empleador le brinda mucha tranquilidad, porque sabe que estás haciendo su trabajo).
• Si tienes dudas, mejor pregunta. Es mejor que te vean con ojos de “qué pendejo es este güey” cuando no la has embarrado, que cuando ya hay tres mil libros impresos y un millón de pesos en la basura.
• Respeta tu trabajo y el trabajo de los demás, nunca seas prepotente ni majadero (yo siempre quiero pensar que el mismo empeño que pongo en mi chamba, lo ponen otros en la suya).
• Está siempre dispuesto a enseñar lo que sabes, y a aprender lo que desconoces.
• Nunca aceptes ninguneos de nadie.
• Nunca malbarates tu trabajo, eso siginifica “soy tan chafa que acepto lo que sea, págame lo que quieras”.
• Infórmate sobre los estándares de precios de tu chamba, y media algo conveniente para ti y para quien te emplea.
• En la medida de lo posible, está siempre informado de las novedades de tu trabajo: desde el chisme del conserje, hasta el chisme de la Secretaría, desde la historia de cómo comenzó a hacerse ése trabajo, hasta los últimos avances.
• No te empeñes ni te juntes con gente mal hecha, quejosa y criticona, enfócate en las personas que tienen algo que enseñarte.
• Nunca prejuzgues.
• Nunca, pero nunca te pelees a gritos y sombrerazos con nadie de tu trabajo. (Ojo: No digo que no hay que pelearse, a veces es necesario; pero que nunca sea una función de lucha libre, siempre hay formas “diplomáticas” de hacerlo.)
• ¡Ah! Y cuando aceptes trabajo, siempre deja muy en claro: para cuándo entregas, qué se espera de ti, qué tienes qué hacer (no todos tienen los mismos conceptos sobre diversos aspectos del mismo trabajo), cómo y cuánto van a pagarte y verifica que ambas partes estén satisfechas. (Odiseo: No, no es caballerosidad negociar el pago al final de la chamba, la caballerosidad debe dejarse fuera de los negocios, me parece, no mames.)
• Y siempre debes ser tan bueno en lo que haces, que debes estar seguro de que muy difícilmente alguien podrá pescarte en un error. (Y si alguien te encuentra un error, lo mejor es asumirlo con humildad y enmendarlo de la mejor manera posible.)

Creo que no sólo basta quejarse, sí, el país es una romería (el mundo entero, en realidad), pero nosotros como individuos también nos esmeramos en hacernos mala fama, cuando debiéramos esforzarnos por hacer lo que a cada quien le corresponde y bien. Esto, es lo poco que yo he aprendido. Y a pesar de todo, he de aclarar que mi trabajo de verdad me apasiona, me encanta, lo amo...

PD: ¿Y los poetas? Esos aparecerán en la parte dú... ¿Qué por qué escribo también de poetas? Pues porque a veces también lo soy, y los conozco. Yo soy de los humildes, aclaro...

* Si usted quiere escribir y no puede, o puede y no quiere, o se hace bolas cuando escribe, o algo así, no puede dejar de leer la maravillosa y amarga (a mí me parece amarga, quizá me lo tomo a pecho) novela El libro vacío, de la escritora mexicana Josefina Vicens. Si quiere ver el prefacio que hizo Octavio Paz a esta novela vaya a esta liga http://redescolar.ilce.edu.mx/redescolar/memorias/escritoras_hispano01/nljosefinav.htm

** Pleito ranchero: sus., masc., 1. Término que se emplea para designar un conflicto salido de la nada, buscado de manera gratuita, con la firme intención de que sea el pleitista el triunfador. / coloq. México, 2. En palabras coloquiales: pedo que se busca con alguien para ganarle antes de que el otro lo amachincuepe a uno, o sea, matanga dijo la changa.

*** En efecto, he tenido algunos jefes bien, pero bien fregones; pero también, bien pero bien canijos, aprender este trabajo me ha costado incluso lágrimas, zapes, que me pendejeen; que me lloren; que me aplaudan; que me den besos; que me avienten las pruebas; qué me digan “¡qué bonito te quedó!”; que me las regresen y que me digan “esto no cierra a pliego, no chingues”; que me llame un autor y me diga “no joda, ése no es mi original (cuando retome la chamba de otra vieja, que hacía puras pendejadas, obvio, yo ni idea tenía de cuál era su original); etcétera, como en todo, pero siempre he tenido la fortuna de encontrarme buenos maestros y los he aprovechado, creo.