lunes, 1 de noviembre de 2010

Ebriedad y claudicación















Esta imagen es la que mejor expresa la idea de mi entrada: estar ebrio y ya no tener fuerzas para estarlo. O estar tan ebrio, que se tiene que claudicar por fuerza, a pesar de la propia voluntad. Léase con "Night Walk", de Belle & Sebastian de fondo, bueno, si quiere...

Para S. H.


El sábado fue día de ebriedad. Y de pronto, entre un montón de ideas confusas, y de emociones revueltas, y de acontecimientos que han tenido lugar en los últimos días, pensé en mi ebriedad y en sus distintas formas.

Cuando eres adolescente no te pones ebrio, no te emborrachas: te embriagas. Te embriagas no sólo de alcohol, sino de todas las emociones que te va dejando ver, sin dosificaciones, la vida. Por lo general, si eres lo suficientemente apasionado o desinhibido, dejas fluir con libertad tus emociones y sensaciones, todo el espectro de la percepción... y te pierdes en él (hablo de alcohol porque es aceptado comúnmente, y porque, al menos yo, ya he superado ese momento de arrasamiento).

Quizá alguna vez te dejaste ir, e hiciste cosas desagradables. Que no quieres recordar o de las que en verdad no te acuerdas. Yo lo hice, creo que fueron dos las veces.

Y el sábado, por un momento, tuve el impulso de dejarme ir, seguir bebiendo hasta perder la conciencia, y dejarme hacer todo lo que pasaba por mi cabeza en ese momento.

Tenía revueltas en la cabeza, entre otras muchas cosas (he de aclarar, que a mí esto puede sucederme también sin ningún tipo de droga de por medio, así de dispersa soy): mi situación laboral; mi situación familiar; mi estar en el mundo; la forma en la que escribo todos los días sin escribir; la manera terrible y estúpidamente sospechosa en que recién murió una amiga; el quizá demasiado cariño que alguna vez nos tuvimos; los ojos de ese hombre que de a últimas ronda por mi cabeza; la manera en que debo reservarme algunas cosas, porque no es momento de decirsélas; mi maestro Guillermo, qué hará ahora que sabe la noticia de la muerte de S...; y mi amigo M... ahora que ya no tiene a su mujer; por qué le pasó esto; por qué así; por qué no llega tu carta; ¿sí la enviaste?; por qué carajos el servicio postal es tan ineficiente; qué debo hacer de ahora en adelante para Dylan... etc... etc...

Más tarde, una vez que nos salimos de una fiesta para ir a otra fiesta, y terminé charlando con C... de una parte de todas estas cosas, comencé a pensar que por un momento, me hubiese gustado dejarme ir en la embriaguez, y que el trabajo me valiera madres; y que mi familia me valiera madres; y que estar en este mundo me importara un cacahuate; y que escribir ya no me importara más nunca; y que morir me valiera v... (no es que no me valga, es que tengo un hijo y en él pienso todo el tiempo en todos mis actos), para poder dedicarme a investigar por qué mi amiga murió así, o mejor aún, que pudiera demostrar un par de cosas que sé, y que me han ido surgiendo conforme pasan los días, de las cuáles deduzco que esta muerte no fue gratuita, que hay mucha mierda en el medio, pero que no tengo las pruebas ni los datos, para demostrar que los mierdas son mierdas y además putos, y sí, tienen poder; o que no, que quizá todas estas son ideas de mi mente enferma siempre tendiente a la persecución y las conspiraciones, y que todo fue un accidente, un apasionamiento, un hecho fortuito (¿es que así es la muerte, un hecho fortuito? ¿a eso estamos destinados? ¡no puede ser así carajo, me niego!); o que el cariño que nos tuvimos ella y yo estuvo equivocado, que no supimos nunca llevarlo por la buena senda. Quise ser capaz de dejarme llevar por el alcohol y marcar ese número teléfonico, al otro lado del cual estás, y decirte que no sé por qué lo meditas tanto, si entre nosotros todo es transparente, o al menos para mí lo es; decirte que, en efecto, tus ojos me han secuestrado un par de noches mi sueño; y que no me importa si es momento o no de decirlo; quise poder ser capaz de tomar un taxi e ir a casa de Guillermo o a casa de M... para saber cómo estaban y que mi ánimo (mi ánimo, porque uno hace estas cosas por su propio ánimo y su propio bienestar, no por el ajeno) estuviese un poco en paz, al menos esa noche; y seguirme preguntando hasta el infinito por qué te pasó esto, y tener los arrestos para levantarme e indagar, y preguntar, y enjuiciar, y pedir explicaciones; y que (como a otras madres que conozco) no me importe nada de nada cómo me ve Dylan ni lo que hará mañana... ni si llega o no tu carta; ni si me llamas o no; ni me importe el maldito puto servicio postal de este país, al igual que todo lo demás de este pinche jodido país.

Llegué a casa, y anduve un rato vagando, un poco ebria (sólo un poco, ni siquiera estaba borracha), pensando, mascullado, intentando ordenar las ideas, intentando seguir bebiendo... pero luego de todo mi monólogo de perogrullo pensé que ya no tengo fuerzas para algunas cosas, que ya no tengo arrestos para otras, que ya no tengo paciencia para unas más, y que ahora, fundamentalmente, ahora, no me da la embriaguez adolescente de ataño, no me invade la sensación de destruir y patear y golpear, y mandar todo, todo, todos juntos al mismísimo carajo, o viceversa, hacer todo lo que sea posible por todas las cosas que me sean posibles, es decir, destruir o construir. Pensé, y no saben cuánto me pesa, que quizás he llegado a la edad de la claudicación...

Y me dolió.

PD1: De hecho, pude verificarlo, pues en ese mismo momento fue que se me ocurrió escribir esta entrada y no lo hice no más por puro cara dura que soy, nomás por ver qué tanto era capaz de aguantar y decir: "A ver pinche marica, ¿escribes o no escribes?", y me contesté: "No escribo, a ver, ¡oblígame!"... y me fui a dormir. Pero...

PD2: sí, se llama ezquizofrenia, y qué... (yo y mis múltiples personalidades nos entendemos bien).