jueves, 19 de agosto de 2010

Convicciones: escribir con indecencia


Iba a poner aquí,
una foto de la portada de mi libro,
para hacerme la muy muy;
pero luego me acordé,
que no tengo libro…
¡Ajajajajajaja!

Yo

Respuesta a la ponencia de mi Caballo. (O consecución, como mejor le parezca.)*


Convicciones. Ay, mi Caballo, en que honduras te metes. Sí, tenían razón esas gentes: estás lurias.

Si algo tengo cierto en la vida (de lo muy, muy poco que tengo cierto) es que se necesita convicción para escribir. De otra forma, ¿por qué querría uno escribir? Si es un oficio tan despreciado, tan mal pagado (al menos en este país) y tan poco escuchado, reconocido y (lo más importante) leído y que requiere además tanto esfuerzo —claro como no seas amigo de Saúl Hernández y tu abuelita te pague viajes al extranjero para tener “experiencias de vida”.

¿Por qué querría uno escribir, pudiendo ser dentista, contador, ingeniero, taquero o narcotraficante, profesiones éstas bien remuneradas, y sí dejan para vivir y no andar en la cuasi indigencia?

La “cosa”, porque sí es una “cosa”, funciona más o menos así. Si algo me apasionó desde que descubrí la literatura en mi adolescencia, es la forma en que descubrí como esos hombres y mujeres que he leído han sido a través de los tiempos los más desgarrados y los más verdaderos, y van guiados no por lo que dicta el estatuto social de moda, sino lo que ellos tienen en la entraña. Eso pasa cuando eres adolescente. De pronto te viene la calentura y comienzas a escribir, o a creer que escribes. Si eres tanto más avezado comienzas a inmiscuirte en circunstancias escriturales, es decir, buscas un “taller literario” o “amigos” que escriban. Y si la vida te sonríe logras encontrarte como en tu “ambiente”, digamos.

Y es aquí donde viene el momento difícil; el quid, para que no digan que no soy intelectual.

Si tienes un tantito de talento, aunque sea poquito, o aunque sea sólo talento para hacer relaciones púb(l)icas, viene el momento culminante en que alguien te dice: “Oye, ¿y por qué no publicas?” Yo no sé quién dijo que publicar en este país es difícil. Lo que es difícil es publicar cosas de calidad.

Y si tu ego es tantito grande, aunque sea poquito, cometes la burrada de dejarte guiar por la calentura. ¡¡Claro, cómo no se me había ocurrido!! Publicar. Esa es la idea, no importa qué ni cómo, pero ha de ser muy gozoso tener un libro en las manos que lleve tu nombre (imagino), qué mejor si es un libro de poesía, porque nadie le entiende, y entonces se va por la vida recibiendo elogios, adulaciones y vivas y hurras (sí, porque es lo mejor que se puede hacer con los poetas: “seguirles la corriente”, porque están loquitos e igual nadie les entiende e igual ellos ni se dan cuenta de que nadie les entiende, con que los lean sus amigos, sus papás y su perro es suficiente).

Entonces ya acalenturados (o como dijera mi madre: “ya encarrerado el camión, que chingue a su madre el pasaje”), y con los contactos necesarios, ¡publiquemos! Pues qué chingado… y en la búsqueda de la publicación se descubre que hay unos subsidios conocidos como becas y concursos. Ah, porque no es cierto que el gobierno nos desprecie a los ciudadanos, no es cierto que le interese tenernos en la más profunda de las ignorancias, no es cierto que al Estado le interese acallar las voces que lo critican, no, no es cierto, pura falsedad… el gobierno da dineros a personas que se saben “intelectuales” y que tienen cosas por decir, al Estado le gusta tener hijos que sean “inteligentes” y que escriban, y que hagan de la vida un estadio hermoso con sus maravillosos versitos de colores. (Pero acaso no hay mejor forma de mantener controlado al enemigo que sabiendo de cerca qué demonios está haciendo, con quién habla, lo que dice y cómo lo dice… es duda).

Y si uno perdió en estos dos trances anteriores la poca inteligencia que tenía, pues se monta en lo que yo llamo la “farándula literaturesca” que es: concursos >> becas >> premios >> publicaciones >> grupies >> alcohol >> presentaciones >> más grupies >> adulaciones >> cheques (nada sustanciosos) >> lubricidades >> y tengo que escribir para el concurso tal >> y tengo que escribir para el concurso cual >> y tengo que mandar texto para la convocatoria >> etcétera>> (y no sé por qué esto me suena como a pizzas a domicilio, así que no veo dónde está el trabajo intelectual).

Y luego se encuentra uno con personajes que dicen (subidos en un pedestal): “pero si yo este año, llevo escritos 23 libros”… ay cabrón, oiga, tome usted pepto bismol, por favor, no joda. [Si no pongo el nombre del sujeto, es porque mi familia (no yo, yo no importo), mi familia puede ser exiliada y perseguida en el Estado de México.)]

Lo anterior lo escribo, para que Caballo sepa (lo sabe, lo sé) que hay casos peores que el de su amigo el “decente”. Al menos, el quiere ser decente y tiene buenas intenciones. Hay otros, que no conocen esa palabra ni de lejos.

Y yo no entiendo, en todo esto, dónde está el verdadero ejercicio de escribir. Dónde están las convicciones, como bien pregunta mi Caballito Bronco.

Es triste, mucho, llegar al punto en el que se quieran escribir “poemas decentes”. No, así no. No quiero. Me resisto.

En mi caso, yo sobreviví no sé cómo a todas estas calenturas. (No por mucho tiempo, tampoco me ufano.) Sin embargo, digo sobreviví, porque no he publicado nada de lo que me avergüence, no he publicado nada porque me haya sido pedido para llenar páginas de antologías, no he publicado nada apadrinada por nadie. Y en todo caso, jamás he avergonzado a quienes pudieran ser mis padrinos. He esperado, a pesar de la clamidiasis. ¿Por qué? Porque yo no quiero publicar poemas “decentes”. Yo soy ambiciosa y sí, si quieren, mamona y ridícula, tal vez. Pero yo quiero publicar cosas indecentes. Indecentes de esas que se te cuelan en el hígado; indecentes de esas que saltan de la página y te dan de bofetadas; indecentes como puta de la Merced: puercas, y apestosas y con gamborinos; indecentes porque rompen madres; indecentes para que evidencien el mierdero en qué vivimos; indecentes para quejarme y recomponerme de la vida que me tocó; indecentes hasta que les salgan gusanos; indecentes hasta que escupan gargajos; indecentes así a secas y a mojadas, también.

¿No acaso son las obras más indecentes, las más recordadas en la literatura? Yo no quiero escribir para nadie, ni para obtener un cheque. Gracias a mi madre, sé trabajar y ganarme la vida con el sudor de mi frente y los callos de mis manos (sí, tengo callos: del lápiz en los dedos, y del mouse en la palma de la mano, y últimamente, también tengo síndrome del túnel del metacarpo, o cómo se llame), y no me hace falta que el gobierno me subsidie ni me aplauda ni me mueva la cola.

No es que odie al gobierno (jajaja). Es que me gusta decir, lo que tengo que decir cuando tengo que decirlo. Es que me gusta pensar que al menos en lo que escribo, yo soy la que controla mi universo (porque no tengo más espacio que ése), sino mejor escribo guiones de tvnovelas, qué carajos. Es que me gusta pensar, que me va la sangre y el vómito y la bilis en mis palabras. Es que me gusta creer, que tal vez algún día escribiré algo que le signifique a alguien, aunque no vaya un cheque ni un título nobiliario de por medio. Es que me gusta creer, aún. Mal vicio.

Sí, yo quisiera pensar que algún día podré hacer una “literatura” ya no transformadora, al menos “literatura”, dicha ésta con garbo y con respeto y quitándome el sombrero, y no pensando que es una puta que se compra en cualquier burdel de tres mil pesos al mes. Pero como la codicia me corroe, sí, también quiero un “literatura transformadora”, no de países, soy incapaz de emprender tan heroica tarea. Transformadora de palabras, de voces, de lágrimas. Transformadora de miradas, de perspectivas, de dolores en el vientre.

Ya lo dijo mi Caballo el otro día: “Vivir es una tragedia”. Pues a mí escribir, me ayuda a mascullar mi tragedia cotidiana, a gritarla, a putearla, a digerirla, a complacerla, a intentar de remendarla, a fingirla, a amarla. Y si me coge tantito la vanidad, me gustaría pensar, que alguna vez, también ayudará a alguien, uno solo, con la suya propia jodida tarea de existir.


Nota: Sí, es posible que luego de esta perorata, haya quien me diga: “No estés chingando, enseña las armas, ¿a ver?” Y no es que no las quiera enseñar, es que las estoy puliendo y aceitando; pero mi codicia es tal, que muchas veces me he preguntado, si de verdad me basto para escribir lo que quiero y necesito, como lo quiero y necesito. Y me lo pregunto todo el tiempo. Sí, haré el intento de cualquier modo. Sí, de cualquier modo terminaré prostituyéndome porque es la única forma de hacerlo. Sí, de cualquier modo este modo de hacer las cosas terminará por agarrarme las nalgas algún día. Sí, es posible que si algún día publico, alguien diga “¡No mames! ¿Y por estas porquerías haces tanto escándalo?” Pero al menos, yo sabré, que lo hice con dignidad (palabra hoy tan en desuso y tan sin ejercicio). Sí, también es muy posible que luego de todas estas cosas que escribo aquí, nadie quiera publicarme, eso no es algo que me atormente. Así que llegado el momento, ya veremos dónde y cómo hay que dar los jabs y los nock outs


* Caballito fue invitada al encuentro de escritores jóvenes en Monterrey, y escribió una ponencia titulada: “¿Existen convicciones en la literatura mexicana joven?”.